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Relato: Zumbidos

Actualizado: 1 oct 2020

Hoy os traigo un pequeño relato concebido en una tarde calurosa en esas en las que sin saber por qué la ira se apodera de nuestro ser y nos dejamos arrastras hacia el abismo:


Era un domingo de verano y como cada medio día de domingo el plan era perfecto. Hacía calor así que con las puertas y ventanas de par en par, y el ventilador encendido, se sentó en su sofá más cómodo a disfrutar de un buen libro. Emocionado por los sucesos no quiso ni levantarse a por agua, se había puesto como meta terminar el capítulo. Tan perdido en la lectura estaba que tardó en reparar en aquel siseo atronante que le hacía cosquillas en la nuca. Cuando lo notó ya era demasiado tarde, el mosquito le había picado. Mierda, pensó, cuando te pican una vez ya no pueden parar. Encendió una vela de citronnela, fue a por el vaso de agua, total ya había perdido el hilo, y se volvió a sentar rezando porque el bicho se hubiese saciado.

Tras unas páginas, y sin poder concentrarse del todo, volvió a sentir el aleteo que le rozaba la oreja izquierda, el hombro, el tobillo... La maldita bestia tenía el don de la ubicuidad. Cerró el libro, lo cogió firmemente y se quedó inmóvil, al acecho, cuál leona a la espera de su presa. Sólo movía los ojos buscando al insecto volador. Cuando lo veía pasar blandía el libro y golpeaba pero se escapaba cada una de las veces. A la tercera golpeó la vela y casi prendió fuego al libro. A la quinta se cansó y decidió seguir con su lectura. Esta vez no terminó si quiera una sola página cuando volvió a sentir el zumbido, impasible, flemático. Un cosquilleo le subió por el espinazo helándole la sangre y erizándole el pelo de los brazos.

Volvió a preparar el ataque pero esta vez mejoró su táctica. En lugar de quedar inmóvil, movía la cabeza lentamente intentando cubrir todo el campo visual posible. De repente, vio pasar al animal pero no hizo nada, observó su movimiento para asestar el golpe en el momento oportuno y no errar. Sin embargo cuando se sintió preparado golpeó con toda su fuerza y ¡zas! Tiró el vaso de agua que se hizo añicos al caer al suelo y dio tal respingo que no pudo evitar cortarse el pie con uno de los pedazos. Se levantó como pudo para no volver a cortarse y recogió con cuidado el vidrio desperdigado en el suelo, lo tiró, se lavó y se curó la herida. Tenía ganas de desistir, se tiró en el sofá exhausto, cansado, irritado y le picaba todo.

Al parecer la sabandija le había dado una pequeña tregua para que repusiera fuerzas. El descanso fue breve. A los pocos minutos volvió a sentir su aleteo y todo le picaba aún más, se rascaba hasta hacerse sangre empujado por la ira. Entonces fue cuando lo vio, posado tranquilamente en el suelo bajo la ventana. Se levantó muy lentamente sin a penas hacer ruido, se acercó con sigilo, levantó el libro y lo clavó de lleno en su enemigo acompañándolo de un grito triunfal. Sintió una gran felicidad y se levantó eufórico para seguir con su lectura golpeándose bruscamente en la cabeza con una de las hojas de la ventana. Toda la sangre se le subió a la cabeza, se mareó y cayó de bruces al suelo. En ese momento pensó que había ganado una batalla pero había perdido la guerra. Y antes de cerrar los ojos quiso observar su trofeo del otro lado del libro, aplastado. No había ningún cadáver.


Chris T. Nash

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